El segundo misterio glorioso, la Ascensión del Señor a los cielos, es un acontecimiento central del cristianismo, que marca el regreso triunfal de Jesús al cielo tras su Resurrección. Este acontecimiento, que tiene lugar cuarenta días después de Pascua, marca la glorificación de Jesús y el comienzo de su reinado eterno a la derecha del Padre. Al meditar este misterio, se nos invita a contemplar la majestad de Cristo resucitado y a renovar nuestra esperanza en la vida eterna.
Según los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, Jesús se apareció varias veces a sus discípulos después de su Resurrección, preparándolos para su misión de testigos del Evangelio. Justo antes de su Ascensión, los condujo al Monte de los Olivos, cerca de Betania. Allí les dio sus últimas instrucciones y les prometió el don del Espíritu Santo: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros. Entonces seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra" (Hch 1,8). Estas palabras subrayan la misión universal de los discípulos y el poder divino que les acompañará.
Después de hablar, Jesús levanta las manos para bendecir a sus discípulos. Mientras los bendice, se eleva al cielo ante sus ojos, y una nube lo oculta de su vista (Lucas 24:50-51, Hechos 1:9). Esta espectacular escena está impregnada de majestad y misterio. La nube, a menudo símbolo de la presencia divina en la Biblia, indica que Jesús está entrando en la gloria celestial, uniéndose al Padre y ocupando su lugar a su derecha.
A los discípulos, con los ojos fijos en el cielo, se les unen de repente dos hombres vestidos de blanco, ángeles, que les dicen: "Galileos, ¿por qué estáis ahí mirando al cielo? Este Jesús, que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, volverá como le habéis visto subir al cielo" (Hch 1,10-11). Estas palabras recuerdan la promesa del retorno glorioso de Jesús al final de los tiempos, una esperanza que sostiene la fe cristiana.
La Ascensión de Jesús marca el final de su presencia visible en la tierra, pero no es una partida definitiva. Con su Ascensión, Jesús inaugura una nueva presencia, espiritual y universal, a través de la Iglesia y del Espíritu Santo. No deja huérfanos a sus discípulos, sino que los prepara para recibir en Pentecostés al Espíritu Santo, que les dará la fuerza y el valor necesarios para cumplir su misión.
Al meditar este segundo misterio glorioso, se nos invita a elevar el corazón y la mente al cielo, a contemplar la gloria de Jesús resucitado y a renovar nuestra esperanza en la vida eterna. La Ascensión nos recuerda que nuestro verdadero hogar está en el cielo, donde Jesús nos precedió para prepararnos un lugar. Nos anima a vivir nuestra fe con una visión de eternidad, dando testimonio del amor y la verdad de Cristo en nuestra vida cotidiana.
Este misterio también nos llama a la acción. Como los discípulos, somos enviados al mundo para ser testigos del Evangelio, animados por el Espíritu Santo. La Ascensión de Jesús nos invita a vivir con valentía y determinación, llevando la luz de la resurrección en nuestras palabras y acciones, y permaneciendo fieles a nuestra misión hasta el día en que nos reunamos con Él en la gloria eterna.