San Peregrino Laziosi fue un santo católico del siglo XIV reconocido como patrón de los enfermos de cáncer, enfermedades incurables y situaciones desesperadas. Nacido en Forlì (Italia) en 1265, Peregrino vivió una juventud tumultuosa marcada por la indiferencia religiosa y la hostilidad hacia la Iglesia.
Sin embargo, su vida dio un giro decisivo cuando conoció a San Felipe Bénizi, predicador de la Orden de los Servitas de María. Bajo su influencia y por la gracia de la conversión, Peregrino abandonó su disipado estilo de vida para abrazar una vida de piedad, penitencia y devoción a la Virgen María.
Tras su radical conversión, Peregrino ingresó en la Orden de los Servitas de María en Siena, donde vivió una intensa vida de oración, contemplación y servicio a los enfermos y necesitados. A pesar del sufrimiento físico causado por un cáncer que se le había desarrollado en una pierna, Peregrino mantuvo una fe inquebrantable y una confianza total en la providencia divina.
Se cuenta que durante una noche de ferviente oración, Peregrino recibió una visión milagrosa de Jesucristo que curó su pierna afligida. Este milagro fortaleció su devoción y celo por el servicio a Dios y a los demás. Peregrino se convirtió en fuente de inspiración y consuelo para muchos fieles, especialmente para los que se enfrentaban a difíciles pruebas de salud.
Canonizado en 1726, san Peregrino es venerado como un poderoso intercesor y un ejemplo de perseverancia en la fe, valentía ante el sufrimiento y compasión por los enfermos y afligidos. Su vida nos recuerda la importancia de la conversión, de la oración y de la confianza en la misericordia divina, incluso en los momentos más oscuros de nuestra existencia.