El Cuarto Misterio Gozoso del Rosario, conocido como la "Presentación de Jesús en el Templo", es un acontecimiento lleno de significado profundo y simbólico en la tradición cristiana. Este misterio encuentra su fundamento en el Evangelio según San Lucas (2, 22-38), donde se narra cómo María y José, como fieles observantes de la Ley judía, llevan al niño Jesús al Templo de Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con las prescripciones de la Ley de Moisés.
El Cuarto Misterio Gozoso del Rosario, conocido como "Presentación de Jesús en el Templo", es un acontecimiento lleno de profundo significado simbólico en la tradición cristiana.
La ley judía prescribía que todo primogénito varón debía ser consagrado al Señor y ofrecerse un sacrificio en su nombre. María y José, respetando esta tradición, llevaron consigo una ofrenda de dos tórtolas o dos pichones, la ofrenda de los pobres, subrayando así su humildad y obediencia a los mandamientos divinos.
En el Templo, se encontraron con Simeón, un hombre justo y piadoso, a quien el Espíritu Santo había revelado que no moriría hasta que hubiera visto al Cristo del Señor. Cuando Simeón tomó al Niño Jesús en sus brazos, alabó a Dios pronunciando el himno que hoy se conoce como "Nunc Dimittis" o "Canto de Simeón". Sus palabras proféticas daban testimonio de la misión universal de Jesús: "Mis ojos han visto tu salvación, la salvación que has preparado ante todos los pueblos, la luz para iluminar a las naciones paganas y la gloria de tu pueblo Israel". Con estas palabras, Simeón reconoció en Jesús al Mesías, el Salvador de todos los pueblos.
Otra figura clave en este acontecimiento es Ana, una anciana profetisa que pasaba sus días y sus noches en el Templo rezando y ayunando. Cuando vio al niño Jesús, también ella dio gracias a Dios y habló del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. La presencia de Ana subraya el reconocimiento y la esperanza del pueblo de Israel en la venida del Salvador.
El misterio de la Presentación en el Templo es rico en enseñanzas espirituales. Nos invita a contemplar la fidelidad y obediencia de María y José a la voluntad de Dios, su humildad y piedad. También nos recuerda la importancia de la oración y la alabanza, como muestran las figuras de Simeón y Ana. Por último, este misterio subraya la misión universal de Jesús, que vino para llevar la luz y la salvación a todos los pueblos, sin distinción.
Al meditar este misterio, los creyentes están llamados a renovar su propia consagración a Dios, a seguir el ejemplo de María y José en su fidelidad, y a reconocer la luz de Cristo que ilumina sus vidas y las del mundo entero.