Tú que te apareciste a santa Catalina Labouré,
tú que tendiste tus manos hacia la humanidad,
y prometiste gracias a los que te rezaran con fe,
creemos en tu amor maternal,
en tu presencia dulce y protectora,
en tu infinita solicitud por cada uno de tus hijos.
O María, sin pecado concebida, refugio de los pecadores,
tú que has sido preservada de toda mancha,
ven y ayúdanos a caminar por la senda de la pureza y de la fe.
Inspíranos a vivir a la luz de tu Hijo,
a seguir sus enseñanzas con corazón puro,
y a dar testimonio de su misericordia a los que nos rodean.
Te confiamos nuestras penas y dolores,
nuestras dudas y esperanzas.
En los momentos de tristeza y desesperación,
haz brillar en nosotros la luz de la esperanza.
En las pruebas y tentaciones,
sé nuestra fortaleza y consuelo.
En los momentos de soledad y duda,
sé nuestra amiga y consuelo.
Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa,
concédenos las gracias que necesitamos.
Te pedimos la curación de nuestros cuerpos y almas,
la paz en nuestras familias,
y la protección de los que amamos.
Ayúdanos a encontrar la paz interior,
y a vivir con confianza y abandono en la voluntad de Dios.
Virgen poderosa, auxilio de los débiles,
ven en ayuda de los que acuden a ti con fe.
Guárdanos de todo mal,
protégenos de los peligros,
y guíanos cada día más cerca del Corazón de tu Hijo Jesús.
O María, Madre de todos los creyentes,
que tu suave presencia esté siempre a nuestro lado.
Ayúdanos a llevar tu medalla con amor,
como testimonio de nuestra fe en tu intercesión.
Que, por tu gracia, estemos llenos de amor,
paciencia, valentía y fe,
para que podamos reflejar cada día la bondad y la misericordia de Dios.
Amén.