Santa Catalina Labouré, nacida el 2 de mayo de 1806 en Fain-lès-Moutiers, Francia, y fallecida el 31 de diciembre de 1876 en Enghien-Reuilly, fue una monja católica francesa que se hizo famosa por sus visiones místicas y su papel en la difusión de la devoción a la Medalla Milagrosa.
Catherine era la novena hija de una familia campesina profundamente católica. Perdió a su madre a los nueve años, un calvario que marcó profundamente su infancia. A los 24 años, Catalina ingresó en el convento de las Hijas de la Caridad de París, congregación religiosa fundada por San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac. Allí recibió el nombre de Sor Catalina y pasó la mayor parte de su vida al humilde servicio de enfermos y ancianos.
El 18 de julio de 1830, Catalina tuvo una experiencia que cambiaría el curso de su vida. Durante la noche, fue despertada por un niño que le dijo que la Santísima Virgen la esperaba en la capilla. Allí, Catalina vio a la Virgen María sentada en un sillón bajo una luz brillante. María le habló suavemente, animándola a permanecer fiel a su vocación y a continuar su servicio a los enfermos.
María también reveló a Catalina el diseño de una medalla especial, que más tarde se convertiría en la famosa Medalla Milagrosa. La medalla debía llevar la imagen de la Virgen María, rodeada de las palabras "Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti". Catalina se encargó de dar a conocer la medalla al mundo, asegurando que quienes la llevaran con fe recibirían grandes gracias.
Aunque al principio Catalina tuvo dificultades para conseguir la aceptación de la medalla, perseveró en su misión. En 1832, una epidemia de cólera asoló París, y las Hermanas de la Caridad, entre ellas Catalina, fueron de las primeras en atender a los enfermos. Fue entonces cuando la medalla comenzó a distribuirse más ampliamente, y los milagros y curaciones inexplicables se asociaron a quienes la llevaban.
Catalina siguió siendo humilde a pesar de la creciente fama de la Medalla Milagrosa. Continuó con su discreto trabajo al servicio de los demás y nunca buscó atención para sí misma. Pasó los últimos años de su vida en oración y contemplación, alejada de la luz del mundo.
En 1947, Catalina Labouré fue canonizada por el Papa Pío XII. Su ejemplo de humilde dedicación y confianza en la voluntad divina sigue inspirando a muchos fieles de todo el mundo. La Medalla Milagrosa sigue siendo un símbolo de protección y fe para muchos católicos, recordando la extraordinaria vida de esta humilde monja que respondió a la llamada de la Virgen María con una fe inquebrantable.
Catalina Labouré fue canonizada en 1947 por el Papa Pío XII.