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La historia de las manos en la Biblia

artículo publicado en 21/07/2025 en categoría: Noticias religiosas
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Las manos, prolongaciones del corazón


En la Biblia, las manos nunca son insignificantes. Actúan, rezan, bendicen, elevan. Expresan lo que hay en el corazón. Dios mismo aparece a veces con manos humanas, para tocar, modelar y acompañar. Las manos son a la vez poderosas y frágiles, hechas para trabajar, consolar y curar. Están en el centro de muchas escenas bíblicas, llenas de ternura o de fuerza.

Las manos son a la vez poderosas y frágiles.

Desde las primeras páginas del Génesis, Dios crea al hombre dándole forma desde la tierra. Este gesto evoca las manos divinas trabajando, dando forma cuidadosamente a la humanidad. Más tarde, los profetas hablan de Dios como un alfarero que trabaja el barro. Esta imagen sugiere unas manos atentas, pacientes, dedicadas. Las manos de Dios no están distantes, tocan la materia, se comprometen con la vida humana.


Manos que bendicen y curan


En todo el Antiguo Testamento, la imposición de manos es un gesto poderoso. Moisés impone las manos a Josué para designarlo su sucesor. Los sacerdotes bendicen al pueblo con las manos levantadas. El gesto de la mano expresa autoridad y transmisión, pero también ternura. En los salmos, la mano derecha de Dios es fuente de fuerza y salvación. Guía, protege y tranquiliza: "Yo estoy siempre contigo; tú has tomado mi mano derecha" (Salmo 73).

A lo largo de su vida pública, Jesús utiliza sus manos para curar. Toca a los enfermos, a los ciegos, a los leprosos. Donde otros retroceden, él extiende la mano. El poder de este gesto es sobrecogedor. Jesús toca a los intocables. Devuelve la dignidad a través de la cercanía. Sus manos no condenan, sino que elevan. Recuerdan a todos su valor, su belleza, su posibilidad de ser restaurados.


Manos abiertas, no puños cerrados


La Biblia valora las manos abiertas. La limosna, el compartir, el dar sólo son posibles con manos que no se reprimen. Dios bendice a los que abren sus manos a los pobres, a sus hermanos. Los profetas, como Isaías, denuncian las manos manchadas de sangre o cerradas a la justicia. La verdadera fe se reconoce en las manos que construyen la paz, que cuidan, que no golpean.

Las manos abiertas son también un signo de oración. En los salmos, los fieles dicen: "Alzo mis manos hacia ti, Señor". Es un gesto de ofrecimiento, de confianza, de vulnerabilidad. Orar con las manos levantadas es decir a Dios: estoy ante ti desarmado, sin máscara. Es acoger su luz, su fuerza, su aliento.


Las manos de Jesús ofrecidas en la cruz


La cumbre de la teología de las manos en la Biblia se encuentra en la Pasión. Jesús extiende sus manos, no para defenderse, sino para ofrecerlas. En la cruz, sus manos son traspasadas, clavadas y ofrecidas. Se convierten en el signo absoluto del amor hasta el final. No guarda nada para sí. Lo da todo, incluso las manos.

Después de la Resurrección, es precisamente mostrando las manos como se reconoce a Jesús. A Tomás le dice: "Pon tu dedo aquí, mira mis manos". Estas manos no se olvidan. Llevan las huellas del amor. Cuentan la verdad de su vida entregada. Los discípulos las ven y creen. Se convierten en la prueba viviente de que el amor ha atravesado la muerte.


Nuestras manos a imagen de las suyas


La Biblia no sólo nos muestra manos divinas. También nos invita a hacer de nuestras propias manos instrumentos de amor. Pablo habla a menudo de trabajar con sus manos para mantenerse. Nos anima a hacer el bien con nuestras manos, a bendecir en lugar de maldecir, a construir la unidad.

Nuestras manos tienen una vocación. Pueden consolar, apoyar, construir, servir. También pueden herir, rechazar, dominar. Todo depende del espíritu que las anima. La fe cristiana llama a una conversión que se extiende a nuestros actos cotidianos. Una mano tendida puede cambiar una vida. Una caricia, un apretón de manos, una discreta ayuda pueden decir más que mil palabras.


Conclusión


La historia de las manos en la Biblia es una historia de amor hecho carne. Dios actúa con sus manos, toca con sus manos, salva con sus manos. Y nos confía las nuestras, para que a su vez se conviertan en una prolongación de su presencia en el mundo. Aprender a amar como Él significa también aprender a poner nuestras manos sobre los demás con dulzura, con justicia, con fe. A menudo son los gestos más sencillos los que expresan la profundidad de nuestro corazón.

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