Dios es un Dios que camina
En la Biblia, la historia de la fe siempre está ligada a la historia del viaje. Dios no es estático. Se revela en el camino, en movimiento, de paso. Desde las primeras páginas, Adán y Eva oyen a Dios "caminar por el jardín con la brisa del día". Más tarde, llama a Abraham para que abandone su patria y se dirija a un lugar desconocido. Esta partida inaugura un largo viaje, tanto geográfico como interior. Seguir a Dios significa aceptar caminar, partir, confiar en un camino que se descubre paso a paso.
La fe bíblica nunca es un punto fijo, sino un itinerario. El pueblo de Israel está en constante movimiento. Desde la esclavitud en Egipto hasta la Tierra Prometida, atraviesan el desierto, aprenden a confiar, caen y vuelven a levantarse. Este viaje por el desierto se convierte en un poderoso símbolo: Dios no está sólo al final, está ahí, en el camino, cada día, en la columna de nube, en el maná, en la prueba.
Los caminos como lugares de encuentro
El camino, en la Biblia, es también el lugar del encuentro. Moisés vio la zarza ardiente mientras apacentaba el rebaño, lejos del campamento. Fue en este camino ordinario donde recibió la extraordinaria llamada de Dios. Del mismo modo, Elías escucha el susurro de Dios después de caminar durante mucho tiempo, huyendo de la ira. El camino se convierte en un espacio abierto donde el corazón puede expandirse, escuchar, acoger.
El Nuevo Testamento retoma este tema. Uno de los relatos más bellos es el de los discípulos de Emaús. Tristes, abatidos, caminan tras la muerte de Jesús. Y es en el camino donde Jesús sale a su encuentro. Camina con ellos, les escucha, ilumina sus corazones, comparte el pan. Sólo le reconocen al final, cuando desaparece. Este texto revela una verdad profunda: el Resucitado no se impone, les acompaña. Y es a menudo en el camino, en el cansancio, en la conversación, en la vida cotidiana, donde se manifiesta.
Los caminos rectos y las sendas estrechas
En los salmos y en los libros sapienciales, la palabra "camino" aparece una y otra vez. Simboliza la vida moral, la elección entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. El justo camina por un sendero recto, iluminado por la Palabra de Dios: "Lámpara es a mis pies tu palabra, lumbrera a mi camino" (Sal 119). El pecador, en cambio, toma caminos torcidos que llevan a la perdición.
Jesús habla también del camino estrecho que lleva a la vida, y del camino ancho que lleva a la perdición. Seguir a Cristo es elegir un camino exigente, a veces solitario, pero verdadero. No es el camino de la comodidad o la facilidad. Es el camino del amor, del perdón y de la verdad. Y ahí es donde reside la verdadera libertad.
Un Dios que camina con nosotros
Uno de los nombres dados a Jesús es "el camino". Él mismo dice: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6). Esto significa que no sólo nos muestra el camino, sino que él mismo se convierte en el camino a seguir. Mirando su vida, sus acciones y sus opciones, también nosotros aprendemos a caminar. No es sólo un guía a distancia. Es el compañero de viaje.
El Apocalipsis habla de un día en el que ya no habrá noche, en el que los creyentes caminarán en la luz de Dios. Este camino final es la plena comunión con Él. Pero ahora mismo, nos llama a caminar en su presencia, en cada momento. El camino nunca es un lugar de soledad cuando Dios está en él.
Conclusión
La historia de los caminos en la Biblia es la historia de un Dios que se pone en camino con el hombre. No nos espera en la cima, sino que desciende por nuestros caminos, incluso por los más accidentados. Camina con nosotros a través de nuestras vacilaciones, nuestros desvíos, nuestros desalientos. El camino se convierte entonces en algo más que un lugar de paso: es un espacio sagrado, una escuela de confianza, un lugar de transformación. Dios nunca está lejos de los que caminan con el corazón abierto.